El grupo de senderistas ubriqueños con la cumbre del Mulhacén (3.483 m) como telón de fondo |
Texto y fotos por Juan Manuel Román García
La jornada empezó a las 5 de la mañana. Con puntualidad británica, los once expedicionarios previstos nos dispusimos a emprender la marcha. Primera quedada en la Venta de Riofrío, para dar cuenta de un suculento desayuno. Allí se nos unieron Irene González y Bea.
Una vez en Pradollano y concretamente a los pies de los Peñones de San Francisco, dejamos los coches y desde allí subimos a Borreguiles en un autobús que nos libró de 6 km de pista sin asfaltar y sin interés pintoresco alguno.
Una vez a la altura de Borreguiles y casi sin darnos cuenta, íbamos frescos, nos situamos en el Veleta (3.394 m). Tras una breve crestería bajamos al refugio de La Carihuela (3.250 m), donde tuvimos un encuentro agradable con Anastasia, griega de origen y con treinta años de convivencia con un español de Granada. Acometimos nuestro primer nevero con más miedo que vergüenza, porque no siendo muy complicado, nuestras precauciones lo hicieron mítico. Vi incluso una cría de culebra bastarda que con los incipientes rayos de sol y la nieve como sustento parecía intentar llegar a tierra firme para seguir su proceso de crecimiento.
"Fotón" en el Collado del Lobo, donde se pudo contemplar el Corral de Valdeinfierno, con sus lagunas glaciares y vista a los crestones de Río Seco. Avituallamiento en el Collado del Ciervo sobre las 11:30 h de la mañana. Vistas impresionantes a un lado y otro de Sierra Nevada, Noroeste, Sureste. Tras la comida al refugio de la Caldera, a 3065 m, y de allí acometimos la subida al Mulhacén (3.483 m). Montaña de nombre mítico, el del padre de Boabdil, Muley Hacén, que accede al trono de Granada en 1464 y tras lucha civil con su hijo Boabdil, huyó de Granada con su hermano el Zagal, en 1485; ese mismo año murió en el castillo de Mondújar, en el municipio granadino de Lecrín. Se cuenta que el monarca nazarí dispuso que a su fallecimiento fuese enterrado en el lugar más alto, cercano al cielo y alejado de la civilización: Mulhacén (3.483 m). Aunque según esta tradición ahí está enterrado, se han hecho catas y sondeos pero no se han encontrado sus restos.
Acometemos Mulhacén, una hora y media aproximadamente de sufrimiento, porque así es: cargado con 6 kg de mochila, esa altitud se convierte en una odisea, que supimos gestionar y las canciones de ánimo de Huércano, con su consabido "…se enamoró mi caballo de una yegua de Castilla" y otros títulos similares, nos sirvieron para hacer cima. El día no acompañó y las nubes se empeñaron en privarnos de unas vistas que se antojan difíciles de olvidar.
Para entonces nuestros compañeros Bea y David empezaron con sus problemas en el menisco externo de la pierna derecha, -ambos la misma pierna-. Mientras el segundo se recupera, a Bea, producto de una antigua lesión, se le reproducía en la bajada. En ese punto, el disfrute al menos para ella se convierte en pesadilla: kilómetros y kilómetros interminables de pista dan con nuestras maltrechas piernas en un cruce a 3,5 km del Refugio del Poqueira, lugar de pernoctación del grupo de 13 en ese mismo momento. Bea tiene la tentación de marcharse con Irene hasta Capileira y de allí a Granada, pero en un arranque de orgullo que la avala, a pesar de su beticismo militante, ella sigue con el grupo y éste se lo refrenda. Fue una noche mágica: una cena repleta de camaradería y buen ambiente dio paso a un buen rato con sólo el cielo como único testigo a las mismas puertas del albergue. El mistela, licor de café y otros brebajes "psicotrópico-festivos", producto de la fermentación y/o destilación, hicieron que entre juegos matemáticos, fotos y chistes el descanso se hiciera obligado para acometer la jornada dominical.
En Elorrieta nuestras risas y chanzas quedaron definitivamente silenciadas con un: “Callarse, coño”, una voz casi olvidada y anclada en un lejano 23F, pero esta vez con tono femenino aunque no menos enérgico de una habitación contigua, a lo que Huércano inquirió que: "Una de estas querría yo para poner orden en el grupo".
Las siete de la mañana fue el punto de amanecida y cuando los que otrora nos callaran comenzaron el despertar, ello provocó una reacción en cadena, que hizo que a las 7:30 en punto estuviera el grupo desayunando, por cierto digno y nada frugal, pues había de todo. A las 8 de la mañana nos dispusimos a la marcha tras una foto de grupo y caminito del río Mulhacén, acometimos el viaje de regreso por la Caldera del Majano primero y por la impresionante Laguna de la Caldera, después. Nuevamente la pista y a Loma Pelá del tirón, donde hicimos un pequeño avituallamiento viendo pasar las bicicletas de montaña camino de las Alpujarras, cual serpiente multicolor. De allí a Borreguiles para coger nuevamente el minibús que nos llevara al Albergue Universitario de la Hoya de la Mora y regreso a Ubrique con las alforjas bien llenas.
Nuestros mejores de deseos de recuperación para Beatriz y al resto de compañeros: Irene, Celia, Cristina, Diego, David, José María, Francisco, Pedro, Paco, mi hijo Juan Manuel y en especial a Juan Carlos Huércano, alma mater de este grupo, gracias a todos por hacerme pasar un par de jornadas inolvidables.
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