Castañar en Parauta, con Cartajima al fondo [Foto: Juan Manuel Román] |
Fotos de Alejandro Pérez Ordóñez:
Fotos de Juan Manuel Román García:
Texto de Juan Manuel Román García y Alejandro Pérez Ordóñez
El pasado sábado 24 de noviembre nos reunimos en Parauta un grupo venido desde Algeciras, Los Barrios, Estepona y Ubrique para cubrir una de las rutas del castaño, propuesta por el amigo Antonio Morales. El punto de encuentro: Parauta, cabeza del Valle del Genal. Los que veníamos desde Ubrique fuimos los primeros en llegar. Después del desayuno en el bar El Rocío, que está justo debajo del ayuntamiento de Parauta, sobre las 10, hora prevista para el encuentro, ya estábamos todos dispuestos a la marcha.
El día acompañaba, las nubes altas y la carencia de agua y frío permitían el disfrute del paseo. Nada más salir de Parauta, los tonos cobrizos dominaban en la retina. Un grupo de operarios se afanaban ya en la limpieza de un castañar relativamente joven. Comenzamos el descenso hasta el arroyo Algorma. En un punto del recorrido, algunos madroños flanquean el camino.
Llegamos al Molino Real, del cual no percibimos su presencia, dada la pequeñez del mismo y el mal estado de sus instalaciones debido a su abandono. No nos percatamos siquiera de su presa, por estar cubierta de madreselva y gran cantidad de ramaje. Fue a la vuelta cuando descubrimos su azud, con varios caquís a su alrededor y muy cerquita de él una amplia nogalera, muy bien descrita por el amigo Manuel Limón en su blog.
Nos dispusimos a vadear el arroyo Algorma, ayudándonos con piedras y troncos sobre el cauce, y en ese punto nos desorientamos girando a nuestra derecha por un camino que parecía más marcado. Mereció la pena percatarnos luego de que nos habíamos desviado de la ruta prevista, porque la alternativa fue bastante bonita. Además nos permitiría ver una plantación de té, en las inmediaciones de una casa donde varios perros nos sirvieron de comité de bienvenida con sus persistentes ladridos. A continuación debíamos vadear de nuevo un arroyo, esta vez el llamado Riachuelo, paso bastante fácil porque está hormigonado para el paso de vehículos y el caudal de agua no era abundante. Unos metros aguas arriba, se formaban pequeños saltos de agua entre las rocas.
Seguimos el camino ya en constante subida y con algunos repechos fuertes. En una curva a derechas se nos incorpora por la izquierda el camino que debíamos haber seguido, luego bajaríamos por él. En las inmediaciones de Cartajima, nos fotografiamos junto al Castaño Arenas, árbol tricentenario que guarda la población, de majestuoso porte, siendo necesarias varias personas para abrazar el tronco, de 7 metros de perímetro. La pequeña localidad se encontraba celebrando la Fiesta del Mosto, para lo cual tenían instalada una carpa en la plaza y una charanga amenizaba las horas previas a la degustación.
Tras un breve paseo por las calles de Cartajima, decidimos seguir nuestro camino y hacer el avituallamiento en medio del campo, con las preciosas vistas de los castañares multicolores que habíamos atravesado desde Parauta, cuyo blanco caserío también divisábamos. Compartimos viandas y regresamos de nuevo sobre nuestros propios pasos, pero previamente cambiamos, esta vez sí, por la senda buena. La ruta aparecía por aquí plagada de zumaques, planta que otrora sirviera para la floreciente industria de curtición ubriqueña, a donde era llevada en bestias desde estas tierras del Genal. El colorido del zumaque en esta época del año no tiene nada que envidiar al de los castaños, con gran variedad de matices entre los verdes, amarillos y rojos, enriqueciendo el cromatismo de la ruta. Llegamos al arroyo Riachuelo y al Algorma nuevamente, en el punto donde ambos confluyen debiendo vadear los dos cauces, ayudados de nuevo por troncos, para subir a Parauta desde allí por el mismo camino que habíamos tomado inicialmente.
Una vez en Parauta, y tras tomar un merecido café, la mitad de la expedición se plantó en Igualeja, justo en la surgencia del Genal, y aprovechamos para buscar la entrada de la vía que lleva a Parauta desde este pueblo para una próxima incursión. Curiosa la nomenclatura de la calle, llamada de la Tetona, que por cierto a los vecinos no les debe hacer mucha gracia porque la tienen tapada de un brochazo.
Desde aquí y como se dice en el argot: “Cada mochuelo a su olivo”.
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