El Cañón de las Buitreras ha sido tallado en un núcleo de calizas por la potente acción erosiva del río Guadiaro, que al paso por esta zona se encajona entre paredes verticales de hasta 200 m de altura en algunos puntos. El lugar se encuentra entre los términos municipales de Cortes de la Frontera, Benalauría y Benarrabá, todos de la provincia de Málaga aunque muy cerca de Ubrique. Además, está en el límite del Parque Natural de Los Alcornocales, y constituye un espacio natural protegido con la figura de Monumento Natural.
El pasado sábado 4 de octubre de 2014 realizó la ruta por el Cañón de las Buitreras un grupo formado por 16 personas, procedentes de Cádiz, Arcos de la Frontera, Bornos, San Fernando y Ubrique. Los ubriqueños fueron: Manuel Jesús Castro Rodríguez, Vicente Rodríguez Hidalgo, Sebastián Hinojos Corrales, Ana Lucía Rojas Canto y José Francisco Canto Valenzuela, que es quien nos envía las fotografías grupales que ilustran esta entrada. El resto de imágenes son de Alejandro Pérez Ordóñez, que también ha "rescatado" el siguiente texto que redactó en 2007 sobre este espectacular paraje.
Texto: Alejandro Pérez Ordóñez
Fotos: José Francisco Canto Valenzuela y Alejandro Pérez Ordóñez
Habíamos quedado a las nueve de la mañana en la puerta de José Francisco. De allí salimos los dos coches, camino de El Colmenar. La carretera se adentra en lo profundo del alcornocal. En el punto de inicio de la ruta, debíamos quedarnos mientras los conductores bajaban con los coches hasta el pueblo. Allí se encontraron con Pablo y Ana. Unos no se conocían a los otros, pero la cita era inequívoca. "¿Sois los que vais a hacer la ruta de las Buitreras?" "Sí, sois los amigos de Álex, de Ubrique, ¿verdad?" Una vez arriba, me reencuentro con mi amigo "granadino" en un entorno insospechado, en "mi territorio".
Comenzamos la ruta. Llegamos al Puerto del Oso. Nos asomamos a un precipicio y contemplamos el profundo tajo del Cañón de las Buitreras, una impresionante grieta gigantesca que corta la montaña y permite el paso del río Guadiaro por sus profundas gargantas. Un paisaje de alucine, como para rodar "El Señor de los Anillos". Subidas, bajadas, senderos de cabras, jerguenales, lentiscales... El Puente de los Alemanes, que no es otra cosa que un acueducto que salva la garganta por un punto aún no demasiado elevado, pero ya bastante profundo. Las vistas son increíbles. Pasamos el cañón por arriba. Nos asomamos al borde de las rocas: vértigo. Las paredes verticales de hasta doscientos metros de caída nos impresionan. No se puede ver el fondo del cañón. Seguimos bordeando. Llegamos a la salida del túnel del tren. La vía continúa protegida por una fábrica de hormigón que la convierte prácticamente en un túnel al aire libre, cubierta para evitar la caída de rocas de los cortados, pero abierta al paisaje por una serie interminable de arcos. La fabulosa estructura exteriormente parece un gigantesco tren petrificado. En un punto, tenemos que descender hacia el río. Nos metemos en un jerguenal tremendo, espinas por todas partes. "Esto es bueno para la circulación", bromeaba Sebastián. "Sesión de acupuntura gratis", le ayudo yo.
Al final alcanzamos una charca del río realmente fabulosa, entre unos paisajes indescriptibles. Allí, junto al remanso, preparamos el almuerzo. Dos botellas de vino tinto, jamón, queso de Zahara, salchichón, caña de lomo ibérico, aceitunas aliñadas por el propio Sebastián, un melón de su huerto (que dejamos convenientemente enfriar metido en el agua del río hasta que llegaba la hora del postre), dátiles rellenos de nueces... Un auténtico festín en el profundo reino rocoso de los buitres. Luego el paseo suave hasta el pueblo de El Colmenar. Llegamos a la central eléctrica, y luego a las calles del pueblo, entre pitadas de un tren que llegaba y otro que salía. Buscamos la casa de la hermana de Pablo. Subimos a la azotea. Nos prepara un té moruno, con menta y hierbabuena. Hay miel de la Sierra de Grazalema, nueces y castañas de la Serranía. Puesta de sol. Los ubriqueños nos despedimos del sevillano y la algecireña.
Vamos al coche. Subimos la carretera. Noche. Alcanzamos el otro coche, donde habíamos iniciado la ruta. Vuelta a Ubrique, entre la solitaria oscuridad de los alcornocales, por una de las carreteras más estrechas y recónditas que conozco. Paco ha puesto un CD de Bonnie M. "Sunny", "Daddy Cool", "The Rivers of Babylon"... Y afuera, los alcornoques, la oscuridad y un venado que se queda mirándonos al ser alumbrado por los faros del coche. Observándonos al paso por su "Lost Continent" privado. Al día siguiente, vuelvo a Granada...
Fotos: José Francisco Canto Valenzuela y Alejandro Pérez Ordóñez
Habíamos quedado a las nueve de la mañana en la puerta de José Francisco. De allí salimos los dos coches, camino de El Colmenar. La carretera se adentra en lo profundo del alcornocal. En el punto de inicio de la ruta, debíamos quedarnos mientras los conductores bajaban con los coches hasta el pueblo. Allí se encontraron con Pablo y Ana. Unos no se conocían a los otros, pero la cita era inequívoca. "¿Sois los que vais a hacer la ruta de las Buitreras?" "Sí, sois los amigos de Álex, de Ubrique, ¿verdad?" Una vez arriba, me reencuentro con mi amigo "granadino" en un entorno insospechado, en "mi territorio".
Comenzamos la ruta. Llegamos al Puerto del Oso. Nos asomamos a un precipicio y contemplamos el profundo tajo del Cañón de las Buitreras, una impresionante grieta gigantesca que corta la montaña y permite el paso del río Guadiaro por sus profundas gargantas. Un paisaje de alucine, como para rodar "El Señor de los Anillos". Subidas, bajadas, senderos de cabras, jerguenales, lentiscales... El Puente de los Alemanes, que no es otra cosa que un acueducto que salva la garganta por un punto aún no demasiado elevado, pero ya bastante profundo. Las vistas son increíbles. Pasamos el cañón por arriba. Nos asomamos al borde de las rocas: vértigo. Las paredes verticales de hasta doscientos metros de caída nos impresionan. No se puede ver el fondo del cañón. Seguimos bordeando. Llegamos a la salida del túnel del tren. La vía continúa protegida por una fábrica de hormigón que la convierte prácticamente en un túnel al aire libre, cubierta para evitar la caída de rocas de los cortados, pero abierta al paisaje por una serie interminable de arcos. La fabulosa estructura exteriormente parece un gigantesco tren petrificado. En un punto, tenemos que descender hacia el río. Nos metemos en un jerguenal tremendo, espinas por todas partes. "Esto es bueno para la circulación", bromeaba Sebastián. "Sesión de acupuntura gratis", le ayudo yo.
Al final alcanzamos una charca del río realmente fabulosa, entre unos paisajes indescriptibles. Allí, junto al remanso, preparamos el almuerzo. Dos botellas de vino tinto, jamón, queso de Zahara, salchichón, caña de lomo ibérico, aceitunas aliñadas por el propio Sebastián, un melón de su huerto (que dejamos convenientemente enfriar metido en el agua del río hasta que llegaba la hora del postre), dátiles rellenos de nueces... Un auténtico festín en el profundo reino rocoso de los buitres. Luego el paseo suave hasta el pueblo de El Colmenar. Llegamos a la central eléctrica, y luego a las calles del pueblo, entre pitadas de un tren que llegaba y otro que salía. Buscamos la casa de la hermana de Pablo. Subimos a la azotea. Nos prepara un té moruno, con menta y hierbabuena. Hay miel de la Sierra de Grazalema, nueces y castañas de la Serranía. Puesta de sol. Los ubriqueños nos despedimos del sevillano y la algecireña.
Vamos al coche. Subimos la carretera. Noche. Alcanzamos el otro coche, donde habíamos iniciado la ruta. Vuelta a Ubrique, entre la solitaria oscuridad de los alcornocales, por una de las carreteras más estrechas y recónditas que conozco. Paco ha puesto un CD de Bonnie M. "Sunny", "Daddy Cool", "The Rivers of Babylon"... Y afuera, los alcornoques, la oscuridad y un venado que se queda mirándonos al ser alumbrado por los faros del coche. Observándonos al paso por su "Lost Continent" privado. Al día siguiente, vuelvo a Granada...